el nirvana alcanzó
Una noche la reina Maya, en su palacio, allá en Nepal, soñó con un elefante blanco de seis cuernos de fino marfil, hacia ella llegando despacio. En su trompa saltarina, portaba un loto el animal, y sobre el vientre de la reina, golpeaba la flor con suavidad. En blanca cama -de seda sus sábanas- despertó la reina y, con curiosidad, mandó a llamar a los sabios del lugar, quienes le dijeron: “querida Reina, en su vientre usted espera, un gran príncipe o guía espiritual”. Nació el pequeño, hermoso cual luna redonda blanca, amarilla al despertar. Sus padres de nombre le dieron “Siddharta”, y allí creció en palacio cubierto de finas suaves cortinas, pues su padre había recibido un ¡cruel! vaticinio: oh, su hijo se iría de allí para siempre, algún día, cuando pasara la pubertad. Siddharta vivió entre delicias cotidianas, placeres continuos, aquí y allá, sin salir nunca de palacio: los guardias cuidaban su deambular.
Destino es el amo, y por eso Siddharta, una tarde en su ocaso, salió de palacio, como una flor harta de estar en el ramo, y allí vio, vio, vio, vio lo que nunca había visto: camillas de enfermos, ancianos doblados, un muerto en el féretro: la cruel verdad material. Dispuesto a encontrar remedio ante el mal de vejez, muerte y enfermedad, Siddharta fue al bosque, allí con los sabios, y empezó a meditar, asceta del bosque, austeras posturas, frugal alimento, el aire en los chakras, profundo en la luz del corazón: meditar.
A su tiempo, Siddharta el nirvana alcanzó; iluminación encontró, y así fue luego, “Buda, el iluminado”, quien enseñó al mundo las cuatro nobles verdades de la liberación de lo material. El gran Buda, era en realidaduna encarnación de Dios, Krishna, que enseñó a los ateos a meditar sin creer en Dios (mmmh, ¿paradoja?). Predicó la no violencia, el vegetarianismo, el desapego y la compasión.
Siddharta tenía todas las comodidades en casa, pero vio el futuro negro inexorable de cada hombre (muerte, vejez, enfermedad), y salió en busca de otros tesoros, y los encontró, y los repartió: sí, existe “algo más”.
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